Madrid. 6 de mayo de 2020.
Susana Gómez Vázquez, piano. Obras de Frédéric Chopin
Concierto Pro ONG «Save the children». Carolina Bellver Management.
En la situación en la que nos encontramos, con todo el sector cultural en vilo y sin saber qué va a ser de tantos artistas cuyo modus vivendi se ha visto seriamente amenazado, los conciertos online han sido una constante a lo largo de todo el confinamiento por COVID-19. El convulso panorama sociocultural no ha sido impedimento para que la generosidad y el altruismo hayan movido a algunos instrumentistas a ofrecer recitales desde sus domicilios, merced a las posibilidades que brinda la tecnología, pese a que, obviamente, este no es el panorama ideal. El músico tiene su espacio sagrado e inexpugnable en el escenario, y así debe seguir siendo; el músico debe cobrar por su actuación ante un público que, gracias a un interés y una educación, paga por escuchar; el músico debe tocar con un instrumento perfectamente regulado y afinado, y no con su instrumento de trabajo —el cual, víctima precisamente del intenso y continuado uso al que está sometido, no suele encontrarse nunca en un estado óptimo—. No obstante, pese a todas estas lógicas y respetables salvedades y mientras volvemos a nuestras vidas —si es que podemos hacerlo sin sacrificar buena parte de nuestras costumbres prepandémicas—, este sucedáneo del pulso cultural de la ciudad nos ayuda a no perder el contacto con el arte y la música.
A través del perfil profesional de Facebook de la representante artística Carolina Bellver, ayer día seis de mayo pudimos escuchar a la pianista Susana Gómez Vázquez interpretando un breve programa dedicado a Frédéric Chopin en el marco del «Festival Pro ONG». Interpretó la complutense los dos Nocturnos Op. 27 y la Barcarola Op. 60. Con su habitual costumbre de comunicarse verbalmente con el público, la joven pianista realizó una sucinta presentación del programa, sin duda esperando facilitar la escucha y preparar el terreno para su interpretación. Siempre hay múltiples elementos que todo crítico debe analizar cuando asiste a un concierto; asignarles un orden de prioridades será potestad del crítico en cuestión, pero, en mi caso concreto, me gusta creer que la sinceridad es uno de los que se encuentra más arriba en mi escala de valores. Y puede resultar paradójico hablar de sinceridad cuando el arte es, a todas luces, el dominio de la mentira, pero la sinceridad a la que me refiero es aquella en la que el arte se impone al artificio, aquella en la que la música está por encima de error, tal como sucede en el caso de la actuación de Gómez Vázquez. La pianista no enmascara el fallo, se centra en la música y procura extraer de ella todo el contenido. Podrá tener en ello más o menos éxito, pero su esfuerzo es más que evidente y, por descontado, loable.
Pongamos como ejemplo los dos números del Op. 27. Ambas piezas poseen un discurso extremadamente lírico que evoluciona y se expande como un fuelle, y con el que no es fácil convencer si no se ha trazado un buen plan. No basta con tocar las notas, lo importante está tras ellas. Salta a la vista y al oído que Gómez Vázquez ha realizado un buen trabajo en el planteamiento de las piezas, tanto en las grandes líneas como en los pequeños detalles. Esto es lo que, en todo caso, esperaríamos de un profesional, pero es emocionante comprobar cómo la pianista lucha con el instrumento para defender su lectura, para hacer salir a flote su trabajo y ponerlo al nivel de la música —excepcional— que interpreta. Como decía hace un momento, en una sala de conciertos el piano debería estar perfecto y ayudarnos a obtener del texto musical todo aquello que queremos extraerle. Pero en casa, con las limitaciones de un piano de estudio, muchos caeríamos en la tentación de poner las deficiencias o irregularidades del instrumento como excusa para justificar un resultado menos brillante. Sin embargo, la joven pianista de Alcalá se defendió y ganó el duelo, no sin heridas, pero de forma indudablemente exitosa. Si puede hacer lo que hace en esas condiciones y con la impertinente cámara observando, puedo imaginarme el resultado en un buen piano de concierto, con la sala a media luz y la electricidad de la presencia del público en el patio.
La ondulante Barcarola Op. 60 está, bajo su apariencia inocente, plagada de escollos técnicos. Con su balanceo logra sumir al público en una suerte de trance, pero al intérprete no se le concede esa libertad y debe permanecer en alerta. Sin embargo, la lectura de Gómez Vázquez fue convincente y, si bien hubo aspectos relativos a la ornamentación y al plan dinámico con los que no estoy del todo de acuerdo, fue posible escuchar una versión sólida y trabajada, y disfrutar de una pianista que se siente muy cómoda con lo que hace, que se recrea y escarba en los flexibles recovecos de esta música en busca de su propio sonido.
En 2018 escribí que seguiría la trayectoria de esta intérprete porque la consideraba interesante y con aptitudes para desarrollar una carrera —como poco de magnitud nacional— muy sólida. Desde entonces han pasado ya dos años y la alcalaína ha demostrado la determinación, la responsabilidad y el trabajo necesarios para seguir en el camino, un camino que debe recorrerse así, como ella lo hace, con constancia y esfuerzo por mantener unos ideales artísticos que afloren en cada nueva frase.
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