Muchos compromisos profesionales me han mantenido apartado del blog estos últimos días. La semana pasada realicé una grabación —cuya postproducción tengo ahora mismo entre manos— en el Auditorio Manuel de Falla de Granada, y en un par de días viajaré a Valencia para realizar otra grabación con dos fantásticos intérpretes. Esto ocupa prácticamente todo el tiempo que me queda libre fuera del Conservatorio. Pero no he querido dejar de comentar este disco que el pianista Ángel Cabrera ha grabado para PlayClassics con un programa dedicado en exclusiva a Claude Debussy. Hace días que lo tengo conmigo y debo decir que al interés que pongo en la escucha de cada disco que comento se ha sumado el gran placer de encontrar un pianista muy expresivo y con un particular punto de vista sobre la música del autor francés.
Cabrera se muestra, por lo general, muy flexible y reposado. Estira el pulso con generosidad pero sin desvirtuar la música, y no recurre a tempi extremos. Aunque en la «Rêverie» ya deja entrever estos rasgos, son mucho más evidentes en la deliciosa «Suite Bergamasque» y en las muy difíciles «Estampes». En todo momento nos muestra el pianista una gran sensibilidad y una especial calidez en su sonido, que es mullido y delicado. El maravilloso «Clair de lune», tercer número de la «Bergamasque» se vierte aquí con lentitud, serenidad y contención, atributos todos que le vienen como anillo al dedo a esta fabulosa página, que no por celebérrima deja de ser una genialidad. Igualmente sucede con el «Passepied», cuyo carácter rítmico no se deja enturbiar por un ataque incisivo, sino que conjuga la suavidad con la precisión.
El primero de los «Deux Arabesques» es una nueva muestra de esta flexibilidad a la que me refería antes. Se trata de una página tan conocida como el «Clair de lune» y tratada por Cabrera de un modo muy similar. El tempo es muy elástico sin perjudicar el discurso, la sonoridad es dulce sin resultar cursi. El pianista dibuja su versión —no exenta de referentes pero al mismo tiempo muy personal— con elegancia e inteligencia, rasgos no tan habituales entre los intérpretes del momento como sería deseable.
En las delicadas «Estampes», Cabrera brilla especialmente en «La Soirée dans Grenade». Su texto se traduce aquí con una languidez y una elasticidad sobresalientes —especialmente en el comienzo— que aportan una gran sensualidad y realzan el carácter misterioso y embrujador de la partitura. Los otros dos movimientos, «Pagodes» y «Jardins sous la pluie» tampoco están desprovistos del personal aderezo de Cabrera, que las hace suyas sin acapararlas.
Cierran el disco «La plus que lente» y «L’isle joyeuse». Con esta última pieza Cabrera demuestra que no solo está cómodo en las sonoridades etéreas y veladas de Debussy, sino que también afronta con solvencia y buen hacer su repertorio más complejo, hablando desde el plano técnico. No olvidemos que Debussy era un pianista muy dotado y escribía, cuando quería, obras de una notable dificultad mecánica. El pianista caracense expone con limpieza, concisión y destreza la partitura del francés, con una notable habilidad para los contrastes sonoros, tan difíciles en la música de esta época y estilo dado que por momentos parece que el autor exigiera pianismos diametralmente opuestos en apenas unos pocos compases. Un cierre brillante para un disco brillante por su sutileza, su dosis justa de dulzura y su elegante sonido. Ha sido una suerte tropezar con este disco de Ángel Cabrera, de cuyos futuros lanzamientos discográficos espero poder disfrutar también.
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